Cada día es un nuevo despertar,
una oportunidad única para vivir, para descubrir, indagar y aprender. Siempre he
dicho que algún día cuando la vejez y las canas lleguen a mí, me gustaría sentarme
y cerrar los ojos, y recordar todo lo que viví, mientras mi memoria permanezca
intacta, mi mente viajará muchos años atrás y sin quererlo se escapará una
sonrisa.
Un sábado cualquiera acepté la invitación
de una gran amiga, para compartir su gran pasión, la fotografía, nos dirigimos
junto con otros aventureros más, hacia un lugar majestuoso, lleno de naturaleza,
historia, misterio, poesía y calor humano.
Creo que nunca había caminado
tanto, bajo un sol inclemente, pero con el entusiasmo y la expectativa a flor
de piel, con la oportunidad en mis manos de cambiar mi ambiente monótono y
sumarle a mis 26 años una experiencia única.
El verde de los paisajes y el
azul del cielo, fueron el complemento perfecto que sustituyó el gris del
asfalto y el blanco de los papeles de una oficina; el silencio de la naturaleza
me hizo olvidar el sonido abrumador del tráfico citadino; con mi modesta cámara
en mano capturaba lo que llamaba mi atención, pero sin lugar a dudas mi mejor
lente fueron mis ojos y mi memoria un almacenamiento con capacidad infinita.
Aunque lo mío no es la fotografía,
la experiencia fue renovadora, recordar las maravillas que nos rodean, todo lo
que Dios no regala a diario.
Los momentos quedan para siempre,
los guardas en tu corazón, los atesoras eternamente y por un día de tu vida
sales de la rutina y te sumerges en algo nuevo, te olvidas de lo tedioso, abres
tus brazos a la libertad, mientras cierras los ojos y un sábado cualquiera te conviertes en fotógrafa
por primera vez.
Vivir es la mezcla entre los
buenos momentos y los obstáculos a vencer y lo primero es lo que impulsa a
recordar, que ni siquiera lo malo, dura para siempre.


